Autor: Janice Bennett
Editorial: Ciudadela
Número de páginas: 344
Fecha publicación: 01/12/2008
Las antiguas tradiciones tienden a confundirse con leyendas cuando quienes las reciben se han distanciado del espíritu de sus antepasados. De esa manera acaba por acusarse a quienes nos pretejieron de oscuros, crédulos e ignorantes. Y nos imaginamos que inventaron historias, que se transmitieron por fuentes que ahora catalogamos de poco fiables, como los trovadores, las canciones populares o las leyendas. Sin embargo, conforme los estudios se vuelven rigurosos (muchas veces a fuerza de ensayo y error) y la tenacidad de algunos o el inmenso presupuesto de otros, que permite incluso algún trabajo serio lo permite, se descubre que lo narrado por lo que se consideraban fábulas de vieja o invenciones piadosas para momentos de desolación, tiene un trasfondo histórico y, en ocasiones, que éste es muy sólido.
Esto es lo que sucede con el Santo Grial, que se venera en la Catedral de Valencia y que, en España, no es justamente considerado. Cierto que hay algunos trabajos muy serios de autores nacionales y otros han dedicado un considerable empeño a darlo a conocer. Aún así hay que saludar este libro de Janice Bennett, que aúna investigación y divulgación y de nuevo vuelve nuestra atención sobre la Copa que Jesucristo utilizó en la Última Cena.
Lejos de las invenciones a las que son dadas las mentes sin esperanza en el intento de perderse en un mundo que se les antoja mejor dispuesto que el que habitan, Bennett recopila los datos que nos han llegado en torno al venerable Cáliz y, como si de una historia se tratara, nos lo relata para nuestra información y alegría. Parece que el Grial estuvo en Roma y que, en tiempos de persecución, cuando San Lorenzo fue martirizado, este dispuso, antes de su muerte, que la preciada reliquia fuese puesta a salvo. Así, llegó a España. Aquí siguió un peligroso periplo, pasando por tres monasterios de los Pirineos (entre ellos San Juan de la Peña), y teniendo que ser escondido en diversas ocasiones para evitar su profanación (la última vez durante la Guerra Civil). Finalmente se encuentra en Valencia, donde es custodiado con respeto y veneración de los fieles.
Cuando uno piensa en el deseo de algunos por destruirlos y en el celo de otros por impedirlo, aun con grave riesgo, no deja de pensar en la verdad de lo que algunos llaman “leyenda”. Si, además, la arqueología indica que la forma de la copa y los materiales son los propios de la época de Cristo, aumenta la perplejidad, el asombro o la convicción, según el lugar dónde nos encontremos. A la vista de esta historia, narrada minuciosamente por la autora, se comprende también que la leyenda artúrica, o el Pársifal, no son las fuentes originarias de la tradición sobre el Grial, sino los últimos eslabones que, para quien ande desorientado, llevan a pensar que todo es falso, cuando no son más que el eco remoto y algo apagado de lo que se tuvo por cierto.
Libro interesante, y recomendable para ahondar en una importante reliquia que tenemos en nuestro país y que no es justamente apreciada.
Autor: Prof. Antonio Beltrán
Editorial: Imp. Nácher (Valencia)
Edición: 2ª Edición 1984
En 1960, Don Antonio Beltrán publicó los resultados de su investigación arqueológica –un estudio de extraordinaria importancia para la acreditación de la reliquia– en un libro titulado “El Santo Cáliz de la Catedral de Valencia“.
La investigación empezó en los años 50 del pasado siglo, cuando el entonces Arzobispo de Valencia, Don Marcelino Olaechea, encargó a D. Antonio Beltrán, entonces catedrático de arqueología en la Universidad de Valencia, un estudio sobre el Santo Cáliz. El profesor, que había estado en la cárcel después de la Guerra Civil y no era una persona especialmente piadosa, se negó en un principio alegando que para poder hacerlo necesitaría una autorización para manipular, tocar y desmontar una pieza que tenía su culto y esos requisitos eran imprescindibles para la investigación. Además, el tenía muchas dudas que esta fuera la copa que usó Jesucristo en la última Cena y quería saber que pasaría si esto se demostrara. Don Marcelino entonces le autorizó a desmontar la pieza, pues era precisamente lo que quería se hiciera, y se encargó él mismo de dar el resultado de la investigación, caso saliera negativo. Don Antonio nos declaró literalmente que “se había quedado enamorado del talante intelectual del arzobispo” y que precisamente eso le hizo involucrarse totalmente en el estudio de la reliquia.
Es de destacar, ante todo, que el profesor Beltrán consultó con especialistas en copas romanas tanto de Italia como de Inglaterra y, según nos dijo, sus conclusiones fueron refrendadas unánimemente por dichos expertos. Beltrán fue la primera persona que pudo estudiar en profundidad el Cáliz y es hasta ahora la única persona que ha podido desmontarlo.